QUÉ RAROS SON
Cuando viajamos siempre descubrimos cosas diferentes, maneras diferentes de ser, de actuar, de comunicarse. Es lo que les pasa al señor Blanco y al señor Wais. Julián Blanco es un ejecutivo español que trabaja para una multinacional. Tiene que trabajar a veces con el señor Wais, un europeo del norte que trabaja para la misma multinacional. Blanco a veces va al país de Wais, y Wais visita de vez en cuando España. A veces Blanco piensa: “Qué raros son estos nórdicos”. Lo mismo piensa Wais: “Qué curiosos son los españoles”.
Cuando Blanco va al país de Wais, la empresa le reserva una habitación a 15 kilómetros del centro de la ciudad, en un lugar precioso. “En este hotel va a estar muy tranquilo”, piensa Wais. “¡Qué lejos del centro!”, piensa Blanco. “Qué aburrido: ni un bar donde tomar algo o picar unas tapas”.
Cuando Wais va a Madrid, siempre tiene una habitación reservada en un hotel muy céntrico, en una calle muy ruidosa, con mucha contaminación. Así, puede salir por ahí por la noche, piensan en la empresa de Blanco.
En las reuniones de trabajo también hay algunos problemas. “Los españoles siempre hablan de negocios en los restaurantes”, dice Wais. “Primero, comen mucho y beben vino. Y luego, al final de la comida, empiezan a hablar de trabajo”. “En el norte no se come”, explica Blanco a su mujer, “una ensalada, o un sándwich, al mediodía, y nada más… Y luego, por la noche, a las nueve está todo cerrado…”
Respecto a la forma de trabajar también hay malentendidos: “¿Para qué nos reunimos? Lo llevan todo escrito, todo decidido… Papeles y papeles”, dice Blanco.
“Los españoles no preparan las reuniones”, piensa Wais. “Hablan mucho y muy deprisa, y todos al mismo tiempo.”
“Son un poco aburridos”, explica Blanco a sus compañeros de oficina. “Muy responsables y muy serios pero… un poco sosos… Solo hablan de trabajo…”
“Son muy afectivos, muy simpáticos pero un poco informales”, piensa Wais.
¿Quién tiene razón? Seguramente los dos. Cada cultura organiza las relaciones sociales y personales de formas distintas, ni peores ni mejores, simplemente distintas.
Aprender un idioma extranjero significa también conocer una nueva forma de relacionarse, de vivir y de sentir.